Sara Castaño Gómez
Una de las muchas señales del amor es que el amante no puede apartar sus pensamientos de la persona amada; aunque esté muy concentrado haciendo sus quehaceres, irrumpe el ser amado en sus pensamientos y lo hacen divagar y van en pos de ese ser amado. Sobre este tópico he hablado en estos versos:
Mis pensamientos van en pos de ti,
como las gotas de la lluvia van unas en pos de otras cuando llueve,
o como las olas del mar,
se deslizan sobre la arena de la playa.
El ser amado siempre está en su mente; el pensamiento del amante siempre está fabricando escenas de encuentro que lo hagan inolvidable o acciones que lo hagan ver más deseado.
En los pensamientos del amante siempre están los recuerdos más hermosos de su amada que lo embelesan y lo llenan de amor; y esos pensamientos se repiten todo el día y retumban haciéndolo despertar en las noches. Se vuelven como un eco que se repite a cada instante.
Teniendo en cuenta este tema yo compuse un poema del que salen los siguientes versos:
Cómo resuena el galope de mi caballo, en la piedra de la añeja plaza, así retumba en mi cabeza, tu voz, tu risa, tu gentil belleza.
Cuando camina paseando, o cuando asiste a la elegante cena, o simplemente cuando ora, en el amante, se filtran mágicamente los pensamientos del ser amado y por más que lo intenta, no logra escabullirse de aquellas gratas ideas. Y qué decir de las noches del amante cuando del brazo del ser amado recorre el firmamento y se cuelga de la luna para recoger las estrellas y hacer un collar para el amado.
Con total seguridad, se podría decir que se encuentra locamente enamorado, su juicio está nublado y su alma es capaz de darlo todo por el otro, incluso el regalarle su mente.
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