David Garcés Tobón
La vibra de nuestras almas sincronizadas, irradiaba nuestra conexión indescifrable.
Las palabras no brotaban, no eran necesarias. Animales en el interior de nuestros
cuerpos listos para rebosar y desencadenar la pasión inefable que sentíamos y con
ella lograr nuestro vínculo eterno. Las sensaciones, emociones y sentimientos que
se producían entre nosotros eran del más allá, indescriptibles, pero aún así
encajaban divinamente.
Las miradas ajenas no comprendían nuestra aura, solo éramos ella y yo, lo de más
no existía. Éramos extranjeros en un mundo desolado donde cada día que pasaba,
nos inyectábamos la dosis de promesas de permanecer juntos, aunque sí
éramos los indicados, estas promesas solo iban a ser palabras vagas y vanas que
flotaban sin sentido en mis pensamientos.
La primera vez que la vi, sentí un palpitar arrítmico en el interior de mi pecho, como
si una máquina hubiera cogido las riendas de mis emociones, en ese entonces no
compartíamos la misma vibra, apenas nos conocíamos, pero sabía que teníamos un
lazo invulnerable, indestructible. Empezamos a rebelarnos secretos y con ellos le di
mi confianza, mi ser, dejamos de ser extraños en ese momento y sin saberlo, nos
volvimos uno. La confusión del principio era ambigua, pero nuestras vibras y lo que
desprendían nuestros cuerpos eran tan claras como el agua. Por fin podía sentir lo
que mi otra mitad sentía, era mi complemento, ella era la luna y yo el sol, ninguno
podía brillar sin el otro. Nos necesitábamos, juntos podíamos cambiar a nuestras
mejores versiones, sus auras eran el último ingrediente para conservar el balance
de lo que llamamos estar vivo. Me sentía vivo, no feliz, vivo.
No todo era un infinito entendimiento, no, era más que eso, era el amor.
Esto se puede explicar en el siguiente poema:
Aura
La distancia de nuestros cuerpos,
el aquí de nuestros sentimientos
y la conexión de nuestras almas
nos convierten en el presente
de nuestra eterna armonía.
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